La hora de los ‘Starquitectos’

 

Jueves pasado Foster & Partners, la firma del distinguido Starquitecto Sir Norman Foster, anunció el despido de 25% de sus colaboradores que, de acuerdo al escueto comunicado de la firma, obedece al desplome de los mercados inmobiliarios globales. Un portavoz de F+P añadía que “algunos de nuestros clientes internacionales han sucumbido al actual clima económico, y en consecuencia algunos de los proyectos han sufrido un retraso o su cancelación”. Mouzhan Majidi, consejero delegado de F+P y mano derecha de Foster en la gestión del despacho de arquitectura, declaraba a la misma fuente que “con esta reducción de plantilla de 1.300 empleados, volveremos a la talla que teníamos hace 18 meses, cuando estaba por debajo de 1.000”. F+P clausura también las oficinas de Estambul y Berlín, e intenta convencer a sus colaboradores de que se trasladen a las de Oriente Medio, donde la inversión en edificaciones emblemáticas se mantiene aun a niveles saludables, y mantiene abiertas otras 19 oficinas en todo el mundo donde profesionales de 55 países seguirán con su trabajo.

Esta noticia es peor que mala ya que un suceso que por su habitualidad se ha vuelto común, esconde la gravedad y el signo con el que están cambiando las cosas al final de la primera década de este milenio.

La primera noticia peor es el carácter global del desplome en la construcción emblemática, ya que afecta también a las empresas más diversificadas geográficamente. En los 1970´s, F+P hizo 4 proyectos, todos ellos en Reino Unido. En este milenio sus 98  obras finalizadas y en curso se reparten a lo largo de los 5 continentes, entre todo tipo de edificaciones. La lógica de que cuando las cosas van mal en un país van bien en otro no aguanta en esta ocasión.  Ni en esos países con economías saludables.

La segunda se refiere a la constatación de que ni siquiera como resultado de un trabajo excelente existen garantías de obtener, en retorno, un beneficio superior. Las firmas detrás de los mayores proyectos emblemáticos globales necesitan contar con equipos de profesionales que sobrepasan el millar de colaboradores.

En tercer lugar, esta cancelación o posposición de decenas de proyectos que llevan a  F+P y a los demás estudios de arquitectos de reputación global al ERE tienen su origen en proyectos financiados indistintamente por clientes  privados o públicos. Que el sector privado se retraiga es normal en situaciones como la de hoy. Y también que lo haga el sector público, aunque menos. Y, en 2009, es inaceptable que algunos de los proyectos privados se tengan que abandonar por trabas administrativas que pone el público.

Mi colega la profesora Elena Reutskaja y yo hemos estudiado las grandes firmas de arquitectura globales y sus obras con el objeto de determinar si los edificios emblemáticos impactan las ciudades que los construyen en mayor medida y mejor signo que otros más modestos; si es más rentable cada uno de los (muchos) euros invertidos en esas construcciones icónicas, que los (menos) destinados a los edificios que no cuentan con ese carácter. También encontrar una justificación a que inversores mayoritariamente públicos pero también privados se apliquen en remozar la silueta de sus ciudades contratando arquitectos famosos, internacionales y con estilos legibles.

Existen inventarios escrupulosos que recogen la presencia y la densidad de este tipo de construcciones en el mundo. Londres, con cerca de 200, y Paris con 84 van por delante de Barcelona y sus 51 edificaciones. Madrid tiene 41, y en unos meses ambas ciudades sumarán a su patrimonio varias edificaciones más. La nueva terminal del Aeropuerto de Barcelona, obra de Bofill por encargo de AENA, es una infraestructura esencial en la construcción de la imagen de una ciudad moderna. Es probablemente la más inteligente entre las grandiosas del continente. Tanto como Barcelona necesitaba una terminal para dar servicio a más visitantes, ahora necesita más íconos que la diferencien y llenen de aviones y pasajeros su nueva terminal y las calles de la ciudad.

El fenómeno de los edificios emblemáticos comparte un origen espiritual trazable al modernismo con otro económico motivado por el declive de las ciudades industriales y la necesidad de diversificar infraestructuras y encontrar nuevas fuentes de ingresos en el sector de servicios. Estas obras se convierten en símbolo de un país, como la ópera de Sydney lo es de Australia, o de una ciudad, como el Guggenheim lo es de Bilbao. Proveen una imagen nueva y condensada de su ciudad a la vez que despuntan de ella. No tienen ese carácter si no son mejores, más interesantes, mejor resueltos, más sostenibles y creativos, más visuales y singulares.

Estas obras ejercen un fuerte impacto económico sobre ciudades en las que se levantan. Es lógico ya que sus presupuestos son más elevados, y lógicamente crean empleos en su sector y en sus sectores auxiliares con más intensidad. También generan mayores ingresos procedentes de su explotación (residencial o comercial, por ejemplo), aumentando la zona de atracción de visitantes de ocio, cultural o comercial. Y en una región que está perdiendo peso industrial a zancadas, y que no tiene peso más que en unos pocos subsectores de servicios, el turismo cultural moderno, más joven y con mayor renta, impacta otras infraestructuras como el aeropuerto, los taxis, hoteles, el comercio, la restauración o los impuestos.

La presencia de un buen catálogo local revitaliza el orgullo, la identidad, la seguridad y la estima de sus residentes, mientras su ausencia las decrece. En negativo generan aglomeraciones en su entorno y desertización de las zonas alejadas. Los estudios de gravitación muestran que atraen más visitantes infrecuentes y captan más clientes en isócronas mucho más extensas.

Son también mucho más amigables con el entorno, y ello obedece por supuesto a que son más recientes y que cuentan con presupuestos más holgados para asumir mejores materiales. Reconociendo que esa edificación va a ir aneja a su reputación y apellido muchos más años, sus autores se curan en salud, innovando.

La construcción de un museo o una biblioteca suele tener un impacto económico menor que la del centro comercial, pero en aspectos sociales y relacionales les supera.

La titularidad pública de un proyecto no añade ni detrae impacto económico, social ni medioambiental que la privada, pero tanto si ésta está presente como si no, el sector público tiene que asumir que el impulso a través del que las catedrales y los mercados del pasado pusieron a las ciudades en los mapas es el mismo con el que las terminales de transporte, los museos y auditorios, los edificios residenciales o corporativos o los estadios, los hoteles, puentes y rascacielos de los arquitectos emblemáticos las mantendrán los próximos 500, atrayendo visitas de calidad cimentadoras de las oportunidades del futuro.

 

Artículo de José Luis Nueno publicado en Dinero – La Vanguardia, el día 19 de Febrero de 2009

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