Síndrome del top manta

Hace un par de semanas, atascado en ese tráfico de vuelta al cole con cuya desaparición soñamos los conductores a tiempo completo, me quedé un buen rato frente a una valla publicitaria de pésima ejecución que avisaba a sus lectores (al menos, a aquellos que consiguiéramos descifrar el anuncio) de la penalización de las actividades no respetuosas con la propiedad intelectual ajena. Ni quedaba claro qué era lo punible (la producción de falsificaciones, su distribución o receptación, o su consumo final), ni de qué (software, dvd’s, CD’s, joyas, bolsos, medicamentos, o conceptos), aunque el presunto criminal estaba, si no me equivoco, rodeado de soportes para-informáticos . Hay una cosa que tengo clara. Cuando la administración quiere que te enteres de algo, te enteras. Y de esto no debe ser de lo que le apetece más que nos enteremos, porque el mensaje rallaba el esoterismo. La copia creativa y el mensaje me recordaban a los libros de FEN, que los que nacimos a primeros de los 60s no nos tomábamos precisamente en serio.  Los de mi generación recordamos aquello del “bien común”, que ratificaba el estatus de “maría” de aquella asignatura indescifrable que tan buenos jugadores de barquitos y caricaturistas ha dado a nuestro país. Así no se acaba con el problema. En la vida, o quieres el pastel, o lo guardas.  Si tu cliente final es un chorizo, se lo dices. Si no tienes claro si lo es o no, sacas campañas indescifrables como esta, que es como tocar la lira mientras arde Roma. Todo muy musical.

La copia, el contenido pirata, la falsificación, constituyen un robo. Punto. Que el último eslabón de esta cadena de fraude sean inmigrantes sin papeles y con aspecto inofensivo no cambia las cosas. Si a alguien se le ocurriera falsificar antinflamatorios o antibióticos, y la estructura de márgenes fuera suficientemente atractiva, estos inofensivos vendedores ambulantes las venderían con el mismo problema de conciencia con el que hoy inundan con otros productos las principales calles de nuestras ciudades.

La mayoría de ustedes pagan por todo lo que hacen. Y que no se les ocurra olvidarse o equivocarse, porque a ustedes les laminan como pulpa de papel. ¿Por qué no pasa lo mismo con quien vende mercancía robada, sin pagar nada a nadie por ello? Pues porque se atreven, y ustedes no.

El  aparato represor, como llamaban los hippies a la resultante de los ordenamientos legales, los cuerpos policiales, y el poder judicial, está diseñado para otro tipo de crímenes. Hoy vivimos en un mundo, al menos eso nos cuentan otros libros de FEN que nos ponen por delante, en el que los productos y servicios intelectuales, los contenidos o el conocimiento, son la mercancía principal que debería sostener nuestras economías. Eso son las ideas, las patentes, los diseños, las marcas, los conceptos, las obras artísticas, entre otros. No son bienes tan tangibles como los coches, el whisky o el Clamoxil. Pero deberían tener la misma consideración y amparo por parte de la justicia que tienen estos últimos. Si alguien roba 100 CDs de un detallista, eso es una falta.¿ Por qué ha de tener una consideración diferente vender sobre una manta 100, o 200 copias ilegales de lo que contienen esos discos?. La misma laxitud que aplican las autoridades (y que demuestran el escaso respeto que sienten por los resultados del trabajo intelectual, por lo intangible) lo tenemos los usuarios finales al negarnos a reconocer, a través de su precio el valor de ese bien  por el que optamos por no pagar nada a su legítimo propietario, al comprárselo al asiático de servicio.

Esa doble moral me la he encontrado ya varias veces entre las propias víctimas. En justicia, he de confesarles que salvo un caso, nunca he conocido a un creador que aplauda las falsificaciones a gran escala. Pero me he encontrado, en varias ocasiones, a algunos a los que les produce cierto fastidio no ser objeto de falsificación. Este verano, un consagradísimo cantautor me confesaba que el día que sacó su último disco, mandó a un propio a recorrer el circuito irregular de venta de CDs en Madrid y Barcelona, y que se sintió aliviado cuando encontró su disco. No me dijo cómo se sentía por los royalties perdidos, pero a este consagrado no le va de estos royalties. Hace muchos años trabajé con una marca de prestigio marroquinera. Al equipo creativo detrás de la marca le frustraba no ser pasto de paralelistas o falsificadores. El máximo responsable de la empresa, en cambio,  estaba razonablemente satisfecho con el control sobre sus distribuidores.

En las playas de Cerdeña, los “top manteros”selectivos , ya que por lo que parece, hay clases, rivalizan en  conseguir la copia del original de más actualidad y aceptación en el mercado formal. Si es una copia de un joyero y no de otro, de un bolso u otro,  o un reloj  esos pequeños delincuentes responden al “must have”, el objeto que ansían tener los veraneantes, no precisamente necesitados de esa zona.

En el mundo de la marroquinería, la falsificación, especialmente la buena, cumple una doble función: hace productos que no serían accesibles para la mayoría del público, visibles, y por tanto, deseables al gran público. En segundo lugar, entre los compradores de copias, más pronto que tarde aparecen algunos que quieren poseer el producto legítimo. Lo hace sin embargo fuera del control, de la estrategia comercial y sin proporcionar ningún tipo de rentas a los legítimos propietarios intelectuales del producto.

En algunos rubros, al top manta no le queda futuro. ¿Por qué pagar por una copia ilegal de un álbum infumable €6, cuando puedas bajarte legalmente por Ç99 la única canción que te gusta de verdad?. Dudo que el canal mantero pueda responder a esa flexibilidad en la oferta. Tampoco sé si la industria del disco podrá sobrevivir volviendo a vender singles en lugar del paquete de hits y “fondo de armario” que ha venido colocando en el pasado.

Hay otros negocios que padecerán su irrupción. El mejor centro comercial de falsificaciones es un mercado al aire libre frente a la embajada de los EEUU, en Pekín. En la medida en que trasladamos nuestra capacidad de producción a Asia, y en la medida en que esa región se apodere, como hará de forma implacable, de la fabricación de más y más variados rubros, se desarrollará el mercado irregular de muchas mercancías.

 

Artículo de José Luis Nueno publicado en El Periódico, el día 17 de Octubre de 2004

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