Requiem por el textil

A lo largo de mi vida, he dedicado muchas horas, vivas, o muertas a pensar en el textil. Cuando era apenas un adolescente, pasaba las tardes de los sábados y las vacaciones del colegio trabajando en el negocio textil al por mayor o en una sastrería de mi padre. No lo hacía por gusto, sino porque mi padre creía en el valor pedagógico del trabajo y probablemente porque había que arrimar el hombro para salir adelante, estuviera donde estuviera ese sitio.

En aquellas tardes y aquellos veranos, atendiendo a vendedores ambulantes en una Barcelona pre-refrigerada, debí desear tanto que el sector desapareciera que creo que finalmente lo he conseguido.

Hace medio siglo, cuando el jockey sobre patines no interesaba ni a los que íbamos a colegios con equipos laureados en ese deporte, como el Santa Isabel, en Sarriá, las familias trabajadoras de aquí hablábamos del negocio a todas horas (lo hacían los empresarios, los empleados y los obreros, desde perspectivas muy distintas): así fui prematuramente expuesto a conceptos textiles, como cuota (cupo, contingente) arancel, amortización tecnológica, reconversión, remesa, moroso, cabrón, pelota, suspensión de pagos, o quiebra a la vez que aprendía a coger los cubiertos. El textil que yo viví (y que dio para vivir razonablemente bien a muchas familias), estaba ya enfermo y jugaba con un léxico agridulce, porque las cosas iban muy bien hoy, y mal mañana.

Mientras yo me lamentaba de mi mala suerte de hijo de amo, en 1974 se establecía el Acuerdo Multifibras, que regulaba las exportaciones de textiles y ropa desde los productores emergentes hacia los países industrializados fijando aranceles, pero sobre todo, cuotas o máximos importables desde países terceros, y por tanto, pobres. El ATC, o Acuerdo sobre Textiles y Ropa regulaba desde esa fecha hasta 1 de Enero de 2005 el desarme arancelario completo del Acuerdo Multifibras. El sector textil global supone alrededor de 198 mil millones de Euros de tráfico anual, y se podría afirmar que la mitad de esa cantidad ya estaba libre de aranceles a mediados de los años noventa. A la conclusión del ATC, debería quedar exenta de arancel y cuota la totalidad.

Pues bien, ya hemos llegado a un mes del 1 de Enero de 2005. En principio el tema ya no debería ser tan grave. El consenso entre los expertos es que el recorrido hacia abajo que le quedaba a los precios hace un par de años, tras la eliminación de las últimas barreras proteccionistas, era de entre un 12% y un 15%. En ese plazo, el tío Sam, dueño de los telares de estampar dólares, los ha devaluado frente al Euro 35%. Casi ¾ partes de todo el comercio internacional textil se paga en esa divisa. De modo que por ahí no deberían agravarse las cosas.

El verdadero problema es que desaparece también el contingente. Un artículo recientemente aparecido en DerSpiegel presentaba un ejemplo esclarecedor. En 2001, último año en que estuvo contingentada la clase 21, que comprende chaquetas, anoraks, parkas, y cazadoras de lana, algodón y fibras artificiales, China exportó a la UE 18 millones de prendas. En 2004, 198,7 millones. Sin contingente, la participación mundial de China en este terreno ha pasado de 14,7% a 72%. Si pasa eso en las restantes categorías, la cuota de China llegará a algo menos de 50% de todo el textil del planeta. India no le irá muy a la zaga. No debe sorprendernos que entre los dos acaben representando dos tercios de todo el textil mundial.  A mi no me extrañaría, ya que algún fabricante de zapatillas deportivas –uno sólo- tiene ya 15% de todo el segmento mundial.

¿Quiénes serán los más afectados? Los de Sabadell dirán ustedes. En mi opinión los principales perjudicados estarán en Bangladesh, donde penden de un hilo entre millón y millón y medio de puestos de trabajo textiles; México, que está restructurando, estupefacto, su sector mientras observa a su principal cliente, EEUU, prepararse para pasar el pedido a los Chinos; Turquía, que es a UE lo que México es a EEUU; y muchos otros como Mauricio, Camboya, Marruecos, o por supuesto España. En los últimos 20 años hemos perdido las hilaturas y los tejedores, ahora estamos perdiendo a los acabadores, y a muchos confeccionistas.

Ahora sólo nos queda la distribución. Si uno analiza los datos entre 1997 y 2003 de TNS, el líder en medición en ese sector, saca algunas conclusiones interesantes. En primer lugar, el peso del tradicional sigue siendo enorme, y su resistencia parece ser numantina. Su cuota ha bajado 9 puntos en 6 años, y retiene aun 41%. Las cadenas, por su parte, han conseguido en ese plazo doblar su participación, de 11 a 21%. Creo que estarán ustedes de acuerdo conmigo que aunque los Zaras, Mangos, Cortefieles y Adolfos Domínguez parecen estar por todas partes, su ubicuidad no se corresponde a la métrica sobre su talla. El gran almacén se queda igual, en 16%.

Lo más chocante son los ambulantes. Después de andar perdiendo cuota durante un decenio, han empezado a recuperarla. ¿Por qué? Pues porque en el mismo mostrador en el que yo deseé haber estado en otra parte hace 30 años, hay algún niño chino gordo planchando camisas por orden de su madre, renegando en cantonés y deseando que este sector desaparezca algún día, y que en la mesa del restaurante de su tío donde dueños, empleados y otros facinerosos comen juntos no se hable de negocio, sino de hockey, o quizá petanca.

Hoy la calle Trafalgar y la Ronda de San Pere son una especie de Chinatown que ha sustituido a golpe de dinamismo y dinero negro al anoréxico mayoreo indígena. Y el vendedor ambulante se ha encontrado de golpe con producto de una calidad que parece pensada a su medida, a los precios a los que se vende. A lo mejor, es el futuro del sector.

 

Artículo de José Luis Nueno publicado en El Periódico, el día 19 de Diciembre de 2004

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