¿Conocimiento?, no sirve para nada

Si no lo conocen donde existe, ¿a qué conocimiento se referirán?

Si comparte la creencia de que salud y conocimiento son los únicos derechos cuya prestación universal y gratuita vale la pena defender incluso con las armas, ¿no le causa preocupación que aquellos en cuyo trabajo se cimientan estén tan mal pagados?

Una médico completando el MIR  en cualquiera de los grandes centros hospitalarios universitarios en España,  trabaja unas 90 horas semanales por 1,200 euros al mes (más otros 500 por 5 guardias de más de un día), en 12 pagas. En total, 360 horas al mes  (12 al día, cada día) ganando algo que no le permitirá comprarse ni las Nike del doctor House.

Cuando tras 10 años entre universidades, hospitales, urgencias, guardias semanales, pacientes desconsiderados y familiares sin urbanidad  hospitalaria,  el universitario mejor preparado y rodado que sale de nuestro sistema educativo reciba su especialidad, percibirá entre 2,500 y 3,000 brutos por su trabajo y por seguir estudiando toda la vida. Y  como un médico de cabecera con 25 años de servicio percibe 3,000 netos al mes, y esto lo sabe todo el mundo ¿cuándo se van a acabar las vocaciones? ¿Por qué no se van a estudiar derecho-menos tiempo y dedicación- o se meten a Mosso de Escuadra –similar remuneración, por menor dedicación y exigencia académica en cualquier nivel; en prácticas, tras pasar las pruebas  finales y ocupar una plaza, e incluso tras el “MIR de madero”, los cursos de especialización a través de los que pueden continuar su preparación en la “Police Academy”? ¿O se meten en un Banco y languidecen viendo a los cajeros automáticos fidelizar clientes?

Dado que tanto  Mossos como médicos (y otro personal sanitario)- dependen del mismo empleador, ¿qué hay que pensar de una administración que cree que los que nos ponen multas por ir a sesenta  tienen que cobrar más que los que nos sacan adelante tras un infarto? ¿Cómo aceptamos que nuestros impuestos se empleen tan mal?

Lo que resulta aun más sorprendente es que incluso ante esta precariedad la sanidad ha progresado más que el orden público, ingeniería o microeconomía. El trinomio medicina, cirugía y farmacia (al que quizá habría que añadir la electrónica) ha transformado nuestra vida en aquello que hace un siglo parecía insalvable. Si el orden público hubiera sido igual de efectivo, hubiera erradicado aquello que sea que le ocupe (supongo que el desorden público) A los niveles de desarrollo de la sanidad, la ingeniería debería haber dado hace años con tecnologías alimentadas por energías abundantes y no contaminantes, y las ciencias económicas habrían ayudado a anticipar y comprender las recesiones (lo de erradicarlas es ya de las ciencias ficción).

La calidad de la educación en España también está recibiendo críticas por el mal desempeño de nuestros escolares en relación a los de otros países, tal como recogía el informe PISA de este año. Esta morosidad no es ni mucho menos generalizable, pero mencionar este tema en una reunión en que hayan padres con hijos en edad escolar los transforma en una turba dispuesta a linchar a casi todos los participantes en el sistema educativo, desde el conductor del autocar escolar hasta el cargo político que supervise al sector e incluso a ellos mismos.

 

Tampoco se ha compensado jamás  la tarea de los educadores. Se les racaneaba hace un siglo, cuando la educación empezó a ser obligatoria y era un “pretratamiento”, un lapso previo a la abducción del niño por el mundo industrial o agrícola,  que se contentaba con un obrero con las cuatro reglas de lectura, escritura y aritmética, y  mucha disciplina.

 

Hoy, el mundo en el que viven los ciudadanos del mañana es una secuencia de cambios tecnológicos, sociales, familiares, relacionales, y afectivos, además de los académicos y curriculares, que son problemáticos no por su trascendencia sino por su dinamismo. La tarea de un educador hoy no sólo se ve complicada porque la obligatoriedad de la educación se ha prolongado, sino porque su función no es ya un  pre-tratamiento para  alumnos predestinados a utilizarla muy poco . Y por ello, lo peor no es la nota que saquen en matemáticas o sociales, que si es mala, es muy grave, sino  que si no se les prepara intelectualmente, se forma su criterio y se les ayuda a entender y poner en cuestión aquello que es importante en su entorno cambiante,  se les condena a aceptarlo. Y mi sospecha es que si no se paga bien a los profesores es imposible atraer a los que han de influir sobre el carácter y el criterio de los ciudadanos, por no hablar de los conocimientos. Menos mal que el informe PISA no mide la solvencia con la que se trabajan esas actitudes.

Cuando aquí se universalizó la prestación gratuita de aquello que, atinadamente, se consideraron los dos derechos prioritarios de los ciudadanos, se dio un paso valiente en este país de pobres. Pero nos equivocamos si democratizarlos supone banalizar el valor del trabajo de los que dedican su vida a que la entrega no sólo sea para todos, sino mejor para cada uno. Abusamos de las vocaciones y lo hacemos hasta los límites de convertir su ocurrencia en penitencia. No duden que las haremos desaparecer. Está pasando. Mientras se tira el superávit por la ventana, se mantiene a médicos y maestros en el olvido. Con más niños y pacientes que nunca. Lo hacen los que deben transformar nuestros impuestos y cotizaciones en prestaciones. Y lo hacemos los beneficiarios, los papás de Pol, y sus abuelitos y los inmigrantes que hay por ahí, todos más exigentes e intolerantes.

¿Cómo le damos la vuelta al sector de la educación para hacer que aquellos que forman el carácter y también transmiten conocimientos sean la norma y no la excepción, para recuperar a los mejores a servir las tareas más importantes? ¿Cómo evitamos que un sistema de salud cuya excelencia ha ido por delante de la del país se desmorone no por falta de clientes –de estos habrá cada vez más- sino por el abandono de aquellos que están sintiendo en carne propia lo que entendemos por valor del conocimiento?

Parece claro que cuando el político o el alto funcionario reciclado aluden al conocimiento como la panacea que nos inmunizará frente a los males de la globalización, no se refieren ni al que salva vidas ni al que bruñe caracteres y transmite saber . Si no lo reconocen donde existe, ¿a qué conocimiento se referirán?

 

Artículo de José Luis Nueno publicado en Dinero – La Vanguardia, el día 13 de Enero de 2008

Descargar PDF: Conocimiento, no sirve para nada

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos necesarios están marcados *

*