Cada vez más europeos

Los consumidores españoles hemos pasado de ser los más rumbosos de Europa a ser frugales como los más tacaños.  Parece que nunca hemos ido de compras a precios sin rebajar en nuestra vida y los centros comerciales son la recreación de una etapa extinta. Paseando por las galerías de alguno de los más nuevos podemos constatar cómo vivíamos en esa otra era; y observando los escaparates, ver el tipo de cosas que solíamos comprar.  Sólo nos quedamos desarmados como ingenuos delante de los carteles de oferta en los escaparates y las tiendas con “outlet en el interior”.

Ya no sólo los pobres, los desempleados, ni los más afortunados vacían sus cuentas en esas tiendas; se han vuelto cautos, están menos dispuestos a gastar que nunca anteriormente y mucho menos que en la época en la que estaban llenas de mujeres que parecían casadas con toreros o con futbolistas galácticos.

¿Hemos cambiado para siempre o se trata de algo temporal?  Hace años nos comportábamos como una especie de argentinos de Europa.  Tras años de no poder viajar al norte si no era en condición de emigrantes, el estatus de gastoso que nos adjudicamos a partir del los 1990s parecía que estaba aquí para quedarse.

Entonces, el sentir del consumidor español pertenecía a una variedad dura de pelar.  No olvidemos que instituciones como los grandes almacenes, o los hipermercados crecieron y multiplicaron sus tiendas en períodos de penuria económica más profunda que la actual pero, incluso cuando las cosas estaban muy mal, al mínimo signo de recuperación, los españoles se tiraban a la calle a comprar.

El último ciclo de gasto, que empezó en 1994 y acabó en  2007, coincidió con una caída de los tipos que permitió a los españoles que ya estaban endeudados negociar sus hipotecas liberando recursos para consumir, año tras año, en otros rubros cada vez más discrecionales de gasto y a los que ya tenían su casa pagada usarla de colateral para pagarse cosas mejores (no sabremos jamás si una vida mejor). Durante los 1990’s, además, el mundo vivió una etapa de sobreabundancia  de ingredientes y materias primas a precios históricamente bajos que se sumó a animar el consumo de países como España, que estaban emergiendo y equipándose.

Este ciclo recesivo (de ahorro) de 2008 empezó como el anterior con una subida en los precios del petróleo que impactó en los costes de las materias primas básicas (gasóleo, fertilizantes y consecuentemente, los ingredientes de los piensos de los animales y los piensos de los humanos-cereales, carne, huevos y lácteos).  También se encareció el transporte.  Además del precio del petróleo, lo hizo el del dinero, atrapando a los españoles en hipotecas cada vez más caras de bienes inmuebles muy por debajo de su valor objetivo, y por supuesto del subjetivo.

A pocos meses de estas subidas del coste del dinero, la energía y los ingredientes, el comportamiento del consumidor se ha extremado, y a pesar de que los tipos de interés caen como jamás los habíamos visto, muchos ingredientes han regresado a sus niveles del decenio pasado, y los costes de la energía están a niveles record por bajos, el consumo no sólo no reacciona sino que sigue precarizándose.

Una explicación que dan algunos es que las recesiones son parte del ciclo normal de los negocios, y son inevitables más pronto o más tarde.  A ciclos de gasto prolongados, les siguen períodos de ahorro de la misma naturaleza, que se superponen a condiciones más transitorias como las que resultan de los cambios en los precios de las materias primas o la propia situación del empleo.

Detrás de esta alternancia de ciclos (prolongados, siempre superiores a 10 años e inferiores a 15), encontramos, en unos,  una mayor dependencia en los ingresos para financiar el gasto y para ahorrar seguida de otros en los que se dedican al gasto, que se sufraga con el recurso al crédito y el empeño de la  riqueza patrimonial.  En las fases de gasto, los hogares utilizan el crecimiento de valor de su riqueza inmobiliaria para conseguir endeudarse más (hipotecándose) como una alternativa al ahorro que siempre funciona, el convencional, el que consiste en depositar en el banco una cuota significativa de sus ingresos.

Es decir, los consumidores se entregan a ciclos prolongados de gasto que van seguidos de otros igual de extensos de ahorro en los que descansan, se sacan de encima deudas, y sobre todo, consumen los inventarios de todo tipo de bienes que tienen en casa hasta que vuelven a necesitar echarse a comprar. Tras quince años de consumo, los españoles estaban saciados. Sus armarios llenos de todo lo que se habían comprado en los 15 años anteriores. En muchos vestidores de mujeres españolas no sólo hay mucha ropa, sino que hay alguna con las etiquetas puestas, aun por estrenar. Se puede posponer ir de tiendas. Se retrasa incluso el mantenimiento del coche, y se va más tarde, o no se va al taller. No se repone la nevera, y la pantalla plana puede esperar. Los hombres no van a comprar ropa, ni en rebajas. Se va mucho menos al bar, y se pasa más tiempo en casa.

El consumidor se ha vuelto oportunista y sabe que si espera, acaba sacando la mercancía al precio que quiere. La que se almacena en las estanterías de los comerciantes de ropa, de electrodomésticos, o de objetos de regalo, el millón y medio de coches cuya carrocería acumula polvo en las campas y naves de los concesionarios este mes de mayo, todo resultado de decisiones que se tomaron antes de septiembre de 2008, cuando nadie imaginaba que esto iba a ser tan serio.

Hoy hablamos de crisis de financiación, pero si regresara el crédito, ¿volveríamos a consumir como hacíamos?  Y si esperáramos otros 10 años, ¿volveremos a consumir igual?  A lo mejor quisiéramos pero, ¿existirán los que hoy ofrecen esos productos y servicios que nadie compra si no están rebajados?

 

Artículo de José Luis Nueno publicado en Dinero – La Vanguardia, el día 03 de Mayo de 2009
 
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