Contra la recesión, ¿antidepresivos?

 La depresión clínica está alcanzando niveles de epidemia y, si bien des­de que se habla de ella se había mostrado relati­vamente indiferente a la rique­za y el bienestar material de los ciudadanos, el crecimiento que exhibe estos meses se vincula al modo en el que la situación eco­nómica preocupa a los pacien­tes. Se afirma que aquellos que se sienten más inseguros y estresados son los que engrosan hoy las filas de la depresión.

Los medios de comunicación en todo el mundo informan de que el número de pacientes de depresión está aumentando alarmantemente, achacando a la economía el que no sólo quite el sueño a los ciudadanos sino que vaya más allá, arrojándolos al negro pozo de la depresión mental. Algunos señalan que la causa principal de la afloración de esta pandemia es que final­mente existe una cultura de visi­tar al médico para consultar problemas psíquicos, lo que ha multiplicado el número de pa­cientes. Y dado que menos de la mitad de los depresivos consul­tan su condición con los médi­cos, podemos estar sólo frente a la punta de un iceberg. Mien­tras unos sostienen quela verda­dera razón es la ansiedad, la in­seguridad y el miedo a perder el puesto de trabajo, para otros es este temor al reflejarse en el “comportamiento en el puesto” que conduce a que lo pierdan.

Con estas perspectivas, el mercado de antidepresivos está en expansión. Los laboratorios que venden somníferos en Esta­dos Unidos están disfrutando de un crecimiento del 7% y los de antidepresivos, del 15%

Este último mercado mueve en España 480 millones de euros, de acuerdo con IMS, cre­ció entre enero y abril a un rit­mo del 3% en unidades en el 2009, lo mismo que el año ante­rior y algo por debajo del 4,2% del año 2007. Las consultas de los psiquiatras y psicólogos tam­poco notan la recesión y aun­que algunos pacientes han teni­do que abandonar la terapia o los tratamientos por no poder sufragarlos, han sido reemplaza­dos por otros antes de que se en­friara el sofá. Las buenas noti­cias son que por lo menos los dos antidepresivos más vendi­dos en España este año los fabri­ca un laboratorio de aquí.

Hace 40 años, la palabra “de­presión” no se utilizaba referi­da a un desorden psíquico y se podria decir que esta patología casi no existía. Hoy está a punto de convertirse en la segunda en­fermedad más diagnosticada por los médicos de cabecera.

En 1960, las pocas estadísticas médicas que la estudiaban en EE.UU. reportaban 50 casos por millón de individuos; en 1900, 100,000 por millón. Si bien estos estudios epidemiológicos existen desde muchos años antes de que se lanzaran los primeros antide­presivos (los tricíclícos y los IMAOs), la depresión no existía, o mejor, no se diagnosticaba. Con el lanzamiento de Prozac se consolidó un ómnibus de desór­denes nerviosos sin catalogar, se creó un mercado y se le bautizó con el nombre de depresión.

Prozac es una de esas “solucio­nes en busca de un problema” que cuentan con tanta fuerza que son capaces de crear un mercado y apoderarse de todo el valor que genera. Cuando Eli Lilly consi­guió su molécula, prácticamente nadie hablaba de “depresión” y los antidepresivos (nadie los lla­maba así) eran tan agresivos que su administración se confinaba a los pabellones psiquiátricos de los hospitales, donde eran admi­nistrados por personal sanitario. Los pacientes acudían a los espe­cialistas y declaraban que esta­ban nerviosos, o que no podían dormir y estos les internaban en manicomios y les administraban desde Valium hasta tricíclícos.

Cuando Lilly descubrió la Fluoxetine, que es el nombre que dio a su principio activo, lo probó para estabilizar la tensión de pa­cientes hipertensos, donde fraca­só. A continuación, probó suerte como remedio antiobesidad. Tampoco ahí dio en la diana. Los cobayas humanos se debieron de quedar gordos como estaban, pe-

ro les debió de dejar unas pupilas extrañas y sonriendo, porque al tercer intento, ya en 1971 se diri­gió a pacientes con depresiones agudas. Una vez más volvió a ser inefectivo, llegando a empeorar el estado de alguno de ellos. Cuando se llevaron a cabo tests con depresivos leves, los resulta­dos dieron en el clavo. Lilly había encontrado su “problema”.

Esta solución se topó además con unas condiciones óptimas ro­deando a su problema recién en­contrado, a su mercado. En pri­mer lugar la creciente aceptación de la idea de que la raíz de la en­fermedad mental era biológica, y que por tanto podia ser tratada con pastillas, como otras condi­ciones. Los pocos fármacos incumbentes eran adjetivos, teman efectos secundarios incómodos, y su sobredosis era frecuente­mente mortal. Pero además, a co­mienzos de ochenta expiraban sus patentes, por lo que sus labo­ratorios habían dejado de apoyarlas comercialmente varios años antes, y sus franquicias estaban debilitadas entre los especialis­tas. Eli Lilly optó además por aprovechar la relajación de la re­gulación que impedía la publici­dad de fármacos éticos para pro­mover Prozac dualmente: al mé­dico y al paciente para que pidie­ra el producto por marca a su mé­dico. Y además, privilegió al mé­dico de cabecera frente al espe­cialista, al psiquiatra, simplifican­do su posologia y multiplicando el número de médicos que po­dían prescribir el primer psicofármaco que se comercializaba co­mo un producto de consumo. La marca Prozac fue diseñada por una agencia de publicidad, eludiendo la convención del sec­tor farmacéutico que utilizaba de­clinaciones de los nombres de los principios activos, y que resulta­ba en marcas medicamentosas, de ingrediente -como Fluoxetina, el suyo-, poco comerciales. Prozac sonaba positiva, profesio­nal y efectivo. Un decenio des­pués, cuando había sobrepasado el listón de los 1.000 millones, se había convertido en una marca de culto, que titulaba superventas literarios (los de Lucía Eche­varría o Elizabeth Wurtzel), pro­tagonizaba biografías de celebri­dades (como la de Brooke Shields) o las confesiones en prensa sobre sus recuperaciones y desintoxicaciones milagro.

En su momento álgido, antes de la expiración de su patente. Prozac vendía 2,900 millones de dólares. 54 millones de pacientes de depresión lo habían tomado en el 2001.

Hoy hay un 73% más de adul­tos y un 50% más de niños toman­do psicotrópicos que en 1996. Es­te crecimiento de los antidepresi­vos es mucho mayor entre niños de 7 a 12 años (150%) o entre los menores de 6 (580%) o entre los mayores de 65 (200%) Sin embar­go, es entre las mascotas (perros y gatos) donde algunos analistas indican que se están producien­do los mayores crecimientos. Los laboratorios (Eli Lilly, o Pfizer, por ejemplo) comercializan medi­camentos para la modificación del comportamiento y drogas de estilo de vida específicas para mascotas. La versión de Prozac de Eli Lilly para perros es masticable y sabe a ternera. La “huma­nización” de las mascotas, la ten­dencia a verlas como a nosotros mismos promete no sólo que les vamos a hacer compartir con ellos nuestras enfermedades, si­no también sus remedios.

Pfizer, uno de los laboratorios que compiten con Lilly en antide­presivos, ha anunciado un progra­ma por el que los proveerá gratui­tamente por espacio de un año a pacientes que estuvieran siguien­do un tratamiento de depresión en los últimos tres meses con al­guno de sus psicotrópicos, y ha­yan perdido su empleo.

Esta oferta cubre 70 marcas de Pfizer, en un amplio espectro de patologías. Un gesto inaudito en la historia de la industria farma­céutica. Primero por su generosi­dad. En segundo lugar, por su in­genio: con esta donación, Pfizer detiene la fuga hacia tratamien­tos más económicos, o a genéri­cos, fidelizando a médicos y pa­cientes. Y finalmente porque re­conoce la gravedad de la rece­sión para un paciente que, a dife­rencia de aquí, se tiene que pagar sus medicamentos.

 

Artículo de José Luis Nueno publicado en Dinero – La Vanguardia, el día 07 de Junio de 2009
Foto: Getty

Descargar PDF: Contra la recesión, ¿antidepresivos?

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos necesarios están marcados *

*