¿Comer calorías o ideas?

 Aunque el consumo es fundamental para cualquier forma de vida, el de los huma­nos se sale en propor­ción y sofisticación.

El consumo más universal, el que compartimos con todas las otras especies, es el de alimen­tas. No podemos comparar la discrecionalidad de un humano frente a su alimentación con la que tiene cuando selecciona ro­pa o un teléfono móvil Pode­mos posponer poco o mucho la compra de casi todo, pero tene­mos que reclinar a otras tretas cuando se trata de comida.

Por espacio de centenares de miles de años, la principal ocu­pación del ser humano consis­tió en localizar, hacerse con ali­mentos y resolver sus necesidades físicas o básicas de sustento. Hemos pasado más del 99% de nuestra existencia como espe­cie dedicando la práctica totali­dad de cada día a buscar con qué llenar la panza. Así ha sido hasta hace poco menos de un siglo. De hecho, disponer de cualquier alimento, en cual­quier momento y en proximi­dad, a un precio asequible y bien surtido es una conquista de hace menos de dos decenios.

A lo largo de los últimos 50 años, el significado físico de los productos (su eficacia en redu­cir necesidades básicas) ha ido Cediendo espacio al conceptual. Así, por ejemplo, como con­sumo físico el agua es agua, pero una marca lidera a través de un consumo conceptual: “El agua ligera”.

El avance de las tecnologías de producción de alimentos ha aproximado la calidad física en­tre marcas, obligando a endosar a consumo físico esos signifi­cados, ideas e información de justificación de compra. Su con­sumo conceptual.

La proliferación de los surtí-dos para productos físicamente similares aconsejaba hacerlos únicos en la memoria del con­sumidor. De este modo el con­sumo y calidad conceptual (aquella en el que los signifi­cados predominan sobre los atributos físicos) se convirtie­ron en los responsables de crear preferencia de marca.

Cuando hoy se dice que “el consumidor actual es más ex­perto” no se alude al compra­dor de productos físicos (que ca­da vez entiende menos de lo que compra) sino al de con­ceptos (que los procesa, retiene o descarta como algo cotidiano y familiar con que ha vivido desde la cuna).

Un estudio que acaba de pu­blicarse sostiene que, resuelta la necesidad física de alimentar­se a través de comida, el ser hu­mano necesita saciar su apetito por información. Y que las ideas y conceptos que contribuyen a dar significado a lo que comemos tan sólo se ven superadas en im­portancia por la proteína y tos carbohidratos que nos aporta. Por ello resulta sorprendente

que los consumidores pongan a dieta como lo están haciendo su consumo conceptual y lo reduz­can a lo físico.

El sector de Sos alimentos está menos tocado que otros por ser menos discrecional: no nos pode­mos librar de comer. No com­prar, posponer la compra, com­prar menos cantidad, menos cali­dad, substituir por un producto o una forma diferente, son algunas de las tácticas que siguen los es­pañoles para autocontrolar su consumo. Incluso el de comida.

No comprar es poco factible cuando se trata de alimentos. No se puede, a no ser que se obtenga de otros que la adquieran para uno. Sería el caso del joven adul­to emancipado que antes comía por su cuenta y que ahora cena un par de noches más a la sema­na en casa de sus padres. Otro ca­so es el de muchos consumidores que han dejado de frecuentar ba­res y restaurantes. Pero muchos de los litros de cerveza y refres­cos que se tomaban ahí se com­pran ahora en el súper para con­sumo doméstico.

Se compra menos cantidad. La recesión ha obligado a lanzar en­vases de dosificación menor y así aumentar el control sobre las so­bras. Las tiendas ofrecen tam­bién más graneles que nunca, que permiten ajustaría cantidad a cada necesidad.

Comprar menos calidad. Las dos tácticas más populares son el consumo de marca del distri­buidor (llamada marca blanca) y el abandono de categorías caras por otras de bajo coste.

La relación entre la marca de fabricante y la marca del distri­buidor es un ejemplo de dialécti­ca entre las dos dimensiones a las que nos referían los antes: consu­mo físico y conceptual. Si bien en muchos casos la calidad física de las marcas llamadas blancas es buena, en nuestro país su contenido conceptual es, casi sin excepción, inexistente, reducido a la proclama del precio. Por tanto, si el consumidor compra marcas blancas, es tanto por pre­cio como por insuficiencia de las ideas y conceptos.

Pero hay algo aún más preocu­pante: la deserción hacia substitu­tos de bajo coste. Desde la subida de los precios de materias primas de 2007 el consumidor español ha ido abandonando categorías mejores en pos de fuentes de nu­trición más económicas. Fran­cesc Galí, director de marketing de La Sirena, dice que “el pesca­do fresco de coste alto -por ejem­plo, la merluza- fue substituida por el congelado. Aunque noso­tros ya bajamos los precios agresi­vamente en otoño de 2008, perdi­mos kilos de merluza y lenguado en favor del panga (una especie procedente del sudeste asiático, el low cost del pescado blanco). Pero eso es nada comparado con lo que pasa en Reino Unido. Ahí ya no toman fish and chips; lo han substituido por pollo congelado importado de Brasil. A la merlu­za la han empezado a alternar con varitas de pescado reboza­das, y luego con croquetas. La piz­zeria fue sucesivamente substitui­da por la senada a domicilio, se­guido de la refrigerada, y ahora por la congelada. Pero aquí no acaba la cosa, ya que la base de la pizza (a la que le añaden el condimento) sustituye a la lista para servir. Y como pongas un tipo de pizza en oferta, esa semana no vendes otra cosa”.

Y esta migración está cambian­do las reglas del juego. “La idea de que el pescado fresco es caro -sigue Galí- está haciendo que al desertar su consumidor y vender menos, los precios de este se si­túen por debajo del congelado, y ni así se recuperan las ventas”.

La mentalidad del desertor es una que no sustituye pescado por pollo, ternera por cerdo, rape re-hozado por croquetas o pizza por arroz. Es la de quien sustituye proteínas o hidratos de carbono caras por baratas. La de quien ha desertado del todo del consumo conceptual.

Que el consumidor español le dé la espalda al territorio de las ideas a cambio de lo estrictamen­te físico puede ser el resultado de que esta preocupación por lo que paga se haya vuelto una obse­sión, o de que el contenido con­ceptual sobre el que se edifican las marcas necesite en muchos ca­sos, una revisión urgente. A mu­chas no les hace falta, porque lo han hecho o han sabido evolucio­nar con el consumidor. Otras pa­recen un tanto ranclas en su men­saje. Otras lo han modificado, pe­ro no estoy seguro de que sea rele­vante ante lo que pasa hoy.

Algunas marcas conceptuales han caído, en mi opinión en el error, de recurrir a lo físico en su comunicación. “Ahora somos baratos”, proclaman unos. “Noso­tros tenemos este ingrediente que vale esto, y las marcas blan­cas no”, cuentan otros. El terri­torio de las marcas líderes es el de los conceptos. El precio no pertenece a este terreno. Recu­perar conceptos robustos hará regresar al consumidor.

 

Artículo de José Luis Nueno publicado en Dinero – La Vanguardia, el día 09 de Agosto de 2009

Foto: Vicenç Llurba

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