Una oportunidad de miedo

Los agentes de inmigración norteamericanos te preguntan con tan malas pulgas sobre el motivo y duración de tu visita a su país que, no importa en cuántas ocasiones te enfrentes a ese interrogatorio al año, a mí, al menos, casi me arrancan cada vez una confesión espontánea sobre mi intención de inmigrar ilegalmente aunque no me haya pasado la idea, ni remotamente, por la imaginación.

Este año, en su cubículo, además de los gadgets habituales para comprobar tu identidad, hay una nueva herramienta. El frasco de Purell.

Purell es un gel “desinfectante de manos” basado en una mezcla de 65% alcohol con humectantes, que mata los gérmenes en las manos de quienes lo utilizan. Purell no es una novedad, ya que era un “producto nicho” indispensable en la mochila del campista o en el camarote del navegante, y en general en el equipamiento del viajero sin acceso a agua corriente.

Este verano, su presencia es ubicua: en el pupitre del policía de inmigración; en la caja del supermercado, al alcance de la cajera, o en cualquier lugar, “a mano” de todo aquel quien, por estar en contacto con el público, puede necesitar frotárselas con un gel antiséptico.

Quien también se frota las manos más que nunca es Johnson & Johnson, fabricante de Purell. Aunque aquí no lo distribuye, en Estados Unidos se encuentra en todas partes. Hay una balda completa en las estanterías de antisépticos de uso tópico en las farmacias (donde Purell compite con otras marcas como Oleak, Fercy o Adaro, o con la propia de cadenas como CVS o Rexall), en los supermercados o en los kioscos de los aeropuertos. Existen desinfectantes de frutas y verduras como Amukina. Y antisépticos para añadir a la colada, para lavar platos o para desinfectar el aire, como Airfree, Secure Air o Germ Guardian. Se encuentran surtidos de máscaras antisépticas con filtros. En unos meses el pánico ha convertido la pandemia de gripe tipo A en una oportunidad de miedo.

Existen antivíricos contra la gripe estacional. El más famoso es el Oseltamivir, por vía oral, en las marcas Tamiflu y Tazamir. El otro es el Zanamivir, administrado por inhalación, bajo marca Relenza. Tamiflu, como ya ocurrió con la gripe aviar, ha visto disparadas sus ventas en los últimos meses y Roche la cotización de sus títulos.

En septiembre del 2005, la OMS advirtió que el número de personas que podrían morir por gripe aviar podría llegar a los 7,4 millones de personas. Y en noviembre del mismo año, el presidente de EE. UU., George W. Bush, de los Bush de toda la vida, anunció que se preveía que en Estados Unidos morirían dos millones de personas. Pero a causa de esta gripe mediática hubo 272 fallecidos, ninguno de ellos en el país norteamericano. El combinado entre “medios y miedos” está demostrando ser muy rentable cuando se trata de crear negocios basados en burbujas más o menos verosímiles.

En abril, el Banco Mundial cifraba el posible impacto de esta pandemia en el descenso del 5% en el PIB mundial, resultado de la caída en la productividad por absentismo y al aumento de los costes sanitarios. Dos meses después, el FMI ratificaba la magnitud.

Si estos datos son ciertos, a los brotes verdes no los vamos a ver en unos años. De hecho, 5 puntos menos de PIB nos sacan de la recesión para meternos en una depresión de caballo. Sorprende, por tanto, que los gobiernos u organismos más serios no hayan abordado aún el tema con el rigor que se merece.

Todos los años, el 20% de la población mundial contrae la gripe. Cinco millones de humanos reciben atención hospitalaria a consecuencia de la variedad común. Medio millón mueren anualmente; de hecho, más cada año, ya que la mayoría son personas mayores o que padecen condiciones mal llamadas “de estilo de vida” como cardiopatías, diabetes o enfermedades respiratorias. Igual que la mayoría de los 8.000 españoles que, como cada año, fallecerán a partir del mes que viene. En EE. UU. el coste anual de la gripe común se estima en 30.000 millones de euros o, para entendernos, medio Madoff.

Una pandemia de estas proporciones puede tener efectos adversos o positivos y todos los que quedan entre ambos extremos, pero ¿cómo evaluar ese impacto?

Las epidemias, los centros comerciales o los aeropuertos influyen sobre la economía de tres maneras: directamente, indirectamente y de forma inducida. A su vez, ese impacto puede ser de signo positivo o negativo.

EFECTOS DIRECTOS

Los efectos directos vienen determinados por absentismo y factura sanitaria. En Argentina (que no es el benchmark mundial de productividad), el absentismo laboral por enfermedad se quintuplicó este otoño como consecuencia de la gripe A. El efecto sobre el PIB, entre el 1% oficial (2.500 millones de dólares) y el 3% de HBSC, quedó por debajo del 5% que anuncian el FMI o el Banco Mundial, lo que demuestra que cuanto más pronto se vacune y se medique la ciudadanía más bajo será este impacto.

El absentismo aumenta a causa de otros dos tipos que se suman al terapéutico: “El preventivo”, que es el que concierne a embarazadas y a los grupos de riesgo, que en prevención de contagios optan por pedirse la baja. Otro grupo que se ha observado en países del hemisferio sur este invierno es el de trabajadores que se quedaron en casa para cuidar a sus hijos al cerrar las escuelas. Acostumbrados a un modelo personal de baja laboral por enfermedad, ¿sabremos gestionar uno basado en la alarma social, en la que cuando uno se pone enfermo toda la plantilla se pide la baja?

EFECTO INDIRECTO

Incluiríamos aquí los debidos a las estrategias que sigue la población para eludir los riesgos de contagio, como evitar aglomeraciones en cines, espectáculos, restaurantes, colegios o transporte público, que han visto sus afluencias muy dañadas en países como Argentina, India o el Reino Unido.

EFECTO INDUCIDO

En consecuencia, uno de los sectores que sienten el trancazo de la gripe tipo A es el del cine. Por ejemplo, los estudios de Bollywood retrasan la producción de sus filmes para aproximarlas al momento en que el público pierda la aprensión de acudir a las salas.

Al otro lado de la balanza pesan los efectos económicos positivos. La industria farmacéutica los experimenta, como les sucede a los fabricantes de purelles, de filtros y máscaras, o a las empresas de empleo temporal que dotan las plantillas diezmadas. Haber pasado la gripe podría ser una cualificación para conseguir un puesto en ellas.

Indirectamente, menos público a los cines y a los estadios deportivos supone trasvase de audiencia a la TDT de pago, en la que se ven los espectáculos desde casa, lugar seguro como los haya. Más publicidad. Más comida a domicilio (muchos restaurantes deberían ir preparándose para servir a este segmento). Y tampoco les irá mal a los supermercados ni a los taxistas.

Y de manera inducida para muestra un botón: Johnson & Johnson compró Purell en el 2006, inducido a pensar que tenía su remedio higiénico a la gripe: la aviar, claro.

 

Artículo de José Luis Nueno publicado en Dinero – La Vanguardia, el día 23 de Agosto de 2009
Foto: Getty

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