La oleada del 64, entre la prosperidad y el low cost

Podrían llamarse Carmen y Antonio, nombres que, según el Instituto Nacional de Estadística (INE), son habituales entre los españoles nacidos entre 1958 y 1975. A ellos siempre les han parecido muy normales, no vulgares: auténticos. La autenticidad es uno de los valores preferidos de esta generación. Y con esa autenticidad que acompaña también a la madurez, Carmen y Antonio han aprendido a aceptarse. Con ellos, los más de once millones de babyboomers, casi una cuarta parte de los españoles, según el INE, que deciden y decidirán aún, al menos otra década, qué se lleva, se compra y se vota en el país. Y, entre ellos, este año cumplen los 50 los babyboomers más numerosos, los de 1964, el año de más nacimientos en la historia de España.

“En 1964, España alcanzó su máximo histórico de nacimientos, cerca de 700.000 (697.697). Es un máximo, sin embargo, en el que se aprecian grandes diferencias entre zonas. Las áreas inmigratorias, como Madrid, Catalunya y Euskadi, alcanzaron sus máximos bien entrados los sesenta; en cambio, las emigratorias (las dos Castillas, Extremadura, Galicia), los tuvieron en algún momento de los cuarenta”, precisa Anna Cabré, directora del Centre d’Estudis Demogràfics y catedrática de Geografía Humana de la Universitat Autònoma de Barcelona.

La del baby boom es la cohorte demográfica que ha conseguido para España el mayor periodo de prosperidad: “Quienes tenemos entre 40 y 55 años formamos la generación más culta, rica, democrática y social y sexualmente igualitaria de este país”, afirma José Luis Nueno, profesor de marketing de la escuela de negocios Iese y reputado analista de las tendencias de consumo de los babyboomers. Los historiadores no hablan de los mejores, sino de un… ¡milagro! El milagro español.

Dicho milagro fue fruto de un pacto entre generaciones. La educación era el único ascensor social en la España de posguerra, y la generación anterior a los babyboomers ya lo había perdido, pero sudó para que sus hijos pudieran ascender, aunque estos también tuvieron que pegar codazos. Para los del 64 (y años inmediatos) fue nacer y empezar a llegar tarde a todo: a la guardería, al colegio, a la universidad… siempre demasiados. El país se había quedado pequeño.

Los colegios aumentaron de dos a siete los grupos de BUP (la secundaria-bachillerato de entonces) de un curso al siguiente, y la desbordante llegada a la universidad instauró los númerus clausus. Antonio recibió clases de Derecho por vídeo, instalado en el pasillo junto a sus 140 compañeros del Segundo Grupo de Primero-Tardes, pero descubrió que podía comprar apuntes en la fotocopiadora. Carmen tuvo que renunciar a estudiar Medicina porque llegó a la facultad en el 83, año en que se limitaron por primera vez las plazas de ingreso.

Tras la licenciatura, los porcentajes de paro juvenil eran similares a los actuales –más del 40% en los ochenta– Hubo que esperar hasta mediados de la década del 2000 para que el desempleo bajara de los dos dígitos. Aun así, hasta ahora no ha sabido esa generación que la alegría iba a durar poco, que llega tarde a las prejubilaciones a los 50 y que, de nuevo, son demasiados para poder cobrar pensión a los 65; así que tal vez cumplan los 70 en horario laboral. Hay que pagar las pensiones de los hermanos mayores.

Los babyboomers se apelotonaban en la universidad hasta convertirse en lo que los sociólogos consideran la primera clase media que ha tenido este país. Lo modernizaron y hoy siguen pedaleando para seguir en el mismo sitio, porque aparecen otras clases medias de países emergentes que compiten por montarse en el ascensor de la globalización. Y compiten con ellas también en España. “Con datos del 2013 –señala la profesora Cabré–, las personas residentes en España próximas a cumplir 50 años no son menos, sino bastantes más (unas 740.000) de las que en su día nacieron en el país. Ello se debe a los, aproximadamente, 75.000 extranjeros y 35.000 naturalizados que pertenecen a la misma cohorte de 1964 y aquí residen”.

Es un grupo de edad que no sólo es muy grande porque hubo muchos nacimientos, también porque ha habido menos muertes. Las vacunas, los antibióticos y la entonces incipiente sanidad pública, accesible a los padres que llegaban del campo a las ciudades, y los hospitales redujeron la mortalidad infantil. “Al nacer, la generación de 1964 –subraya Anna Cabré– conoció una mortalidad infantil todavía elevada, superior al 4% el primer año de vida (más de diez veces la actual). A lo largo de su existencia, se ha ido beneficiando de mejoras en la supervivencia, pero también sufrió con crudeza la crisis de mortalidad de los ochenta-noventa, vinculada a la aparición del sida y al aumento de los accidentes de carretera. Con todo, a los 50 años habrá sobrevivido aproximadamente el 92% de los nacidos”.

Cuando los babyboomers llegaron a la paternidad, más bien tarde, hubo un sitio por fin en el que no se amontonaron: las maternidades. “El número medio de hijos por mujer –precisa la profesora Cabré– ha rozado el 1,7. Puesto que el 15% de las mujeres no ha tenido ningún hijo, el otro 85% ha tenido una media de dos hijos”.

Eran mayoría, y el resto le seguía. Fue esta generación la que juntó a los chicos con las chicas, aunque en el pueblo aún ocuparan bancos separados en misa; y también quienes juntaron después a los chicos con los chicos, convirtiendo este país de machotes y machitos en pionero mundial del matrimonio homosexual. Han sido los babyboomers quienes han logrado el mayor avance de nuestra historia en nuestra igualdad de sexos.

“Entre los nacidos en 1964, –explica Cabré– han iniciado o finalizado estudios superiores el 22% de las mujeres y el 17,5% de los hombres; en estos momentos se declaran activos el 91,3% de los varones y el 80,3% de las mujeres; en paro, el 21,2% de los hombres y el 22,6% de las mujeres. Lo extraordinario de los niveles femeninos salta a la vista en cualquier comparación con generaciones anteriores. Su nivel de paro no difiere significativamente del masculino”.

Esta generación se puso una bata del cole todavía impregnada de aromas nacionalcatólicos, en sus variantes española, vasca o catalana, pero ya era radicalmente tolerante y gradualista. Ha desmontado la lógica binaria de los totalitarismos hispanos: o conmigo o contra ellos; rojos o azules; juntos o separados. Y ha implantado en nuestras decisiones las 333 gamas de gris de Titanlux. Que cada uno encuentre la suya y haga con su vida lo que quiera mientras no deshaga la de los demás.

Nunca quisieron los babyboomers imponer a nadie un mundo mejor, sino que cada uno mejorara el suyo a su manera. Así, introdujeron la modernidad en el Hawai Bombay de la alcoba. Un babyboomer jamás encuentra nada demasiado atrevido… mientras no le obliguen a hacerlo, por supuesto. Si mientras ellos disfrutaban de los dibujos animados, los padres tuvieron la revolución del 68, ellos disfrutaron “la del 69”. Como la transición ya estaba protagonizada, se montaron muchas compensaciones individuales. Siempre más interesados en la pareja y los cuatro amigos que las asambleas multitudinarias; más que en grandes movimientos colectivos siempre creyendo en la capacidad del apaño entre colegas.

Por eso dejaron la política a los hermanos mayores políticos. Y ahí siguen muchos, encantados, incombustibles como Rajoy (1955) y Rubalcaba (1951).

Los del 64 son ahora un milagro maduro, pero tan importante aún que la perspectiva de su jubilación lleva de cráneo a empresarios, economistas, políticos y, por supuesto, demógrafos. Y hasta a los jefes de personal. Lo reconoce Emmanuel Casabianca, experto en selección de personal y presidente de BPI, líder mundial en reestructuraciones de plantilla: “Aunque parezca mentira por la alta tasa de paro en España, resulta complicado encontrar a profesionales con el nivel de conocimiento, experiencia y liderazgo de los babyboomers”.

Y no sólo en España. Jeffrey Williamson, catedrático de Historia de la Economía de Harvard, explica que “los babyboomers han logrado la época de mayor prosperidad y mejor repartida que ha conocido la humanidad”. Otros, como el economista Larry Summers, explican el actual frenazo del crecimiento como una consecuencia de que los babyboomers estadounidenses –los españoles llegaron diez años después– se empiezan a jubilar, como Bill Clinton.

Aunque, con aprensión y alivio, han dejado el poder a los profesionales, en el resto han mandado en casi todo o por talento o por número: en moda, tendencias, audiencias y consumo. Y en todo han impuesto su estilo antidogmático, relativista, individualista y pragmático. Cuando sus principios chocan con la realidad, van encontrando otros a los que adaptarse. Son los chicos y chicas del “es lo que hay”. Pero cuando no hay, también saben apañarse.

Han sido capaces de pagar precios absurdos por un metro cuadrado, pero también de encajar sin pestañear como el mercado los valoraba después a la mitad del precio que habían pagado. Así han aceptado los primeros retrocesos salariales de su historia. Aunque, quejarse, se quejan. Algunos hasta han salido a la calle. Pero han sido las flamantes “clases medias urbanas profesionales y dinámicas”, como los definen los sociólogos electorales, quienes apuntan infalibles la nueva tendencia electoral en cada cambio de ciclo.

Aunque siempre han competido con los demás babyboomers, los de esta generación son solidarios en familia. Fueron padres tardíos, y los suyos han alargado, afortunadamente, su existencia, así que se han convertido en la generación sándwich, que tiene el privilegio de pagar a la vez los colegios de sus hijos y las residencias y cuidadores de sus padres. Menos mal que es la generación menos afectada por el paro, pero también la que ha tenido que renunciar al empleo de por vida. “Los babyboomers –explica el profesor José Luis Nueno– en realidad se han ido adaptando a un patrón intermitente de empleo y desempleo cada vez más similar al estadounidense”.

Sin grandes sueños, tampoco han debido hacer grandes renuncias. Tenían ambiciones concretas y asequibles: trabajo fijo, coche en la puerta y piso en propiedad. Y se podían realizar con dinero o en cuotas mensuales. Por eso, para quienes tengan envidia de la generación X, los babyboomers podrían denominarse la generación H, de hipoteca: los mayores deudores de España desde el Gran Capitán. Van pagando, claro, una deuda de casi dos tercios de un año del PIB español.

Antonio y Carmen han destinado más de la mitad de sus ingresos durante diez años a pagar la hipoteca a veinte años, la media de las solicitadas, aunque tienen amigos de su edad que se endeudaron a treinta. Y habrán abonado al final el triple del crédito que recibieron para lograr en propiedad un piso que hoy cuesta la mitad. Pero no piensan en ello, porque su piso no es para especular sino para vivir. A ver qué generación ha sido de mejor conformar.

Se apañan solos y se quejan de lo difícil que es convivir, pero los de esta generación siempre han preferido la pareja: “Cuatro de cada cinco miembros de la generación de 1964 –precisa la profesora Cabré– se han casado por lo menos una vez. Entre los que nunca lo hicieron, muchos viven o han vivido en unión consensual. Su nupcialidad, en un sentido amplio, puede considerarse elevada, aunque menor que la de sus inmediatos predecesores”.

Y, solos o en pareja, han tenido una relación de amor-odio con el consumo. Los babyboomers han llevado este país del hambre a la dieta y de la sopa de ajo al bífidus activo. Han marcado pautas que todos han seguido: progres, pijos, pasotas, desencantados, pijoprogres, bobos (bohemio-burgueses), indignados, resignados… Pasaron del granel de economato a las grandes marcas y, de nuevo, al granel empaquetado de las marcas blancas. Fueron marquistas en los años derrochones para desembocar últimamente en la tacañería low-cost.

¿Cuánto tiempo tuvieron que ahorrar para poder ir a París o Londres por primera vez? ¡Pero qué recuerdos! ¿Y cuánto cuesta el billete hoy? ¡Qué emoción conseguirlo por tres euros menos tras seis horas enchufados a la red!

Les ha gustado alardear de auténticos y de ir a comprar fresco al mercado. Decir que conocen por su nombre a la pescadera y que les trocean el pollo como a ellos les gusta sólo con verles, pero las cifras descubren mucha impostura: hoy arrasa el congelado, el loncheado, el precocinado… cada vez más baratos.

Ya no usan trapos de cocina, porque casi nadie lava trapos ni servilletas, y las cremas de manos se venden menos porque ya no se friega a mano, pero la cosmética se clasifica como consumo de primera necesidad hasta los 80 años. Y lo será más, porque a ellas aún les queda hasta los 85 de esperanza de vida que marca la estadística, y a ellos, algo menos, hasta los 79, según datos del 2012. Y tal vez lleguen a los 100 si la esperanza de vida no retrocede. Sólo son estimaciones. Lo importante es que… ¡Carmen y Antonio habrán pagado su hipoteca!

Entonces, en el 2064, tal vez mande otra generación, pero la próxima década aún será de los del 64. “Aunque los babyboomers –pronostica José Luis Nueno– van a aproximar sus pautas de consumo a las centroeuropeas y sólo van a comprar ya lo relevante: gastarán más, por ejemplo, en el desayuno y menos en las copas”.

Los publicitarios tendrán que cambiar de estereotipo: adiós cuerpos tensos y tersos desprendiendo feromonas; los anuncios de madurez serán cincuentones de aspecto relajado y saludable con atractivas canitas. Carmen, con todas sus reservas, empieza a admitir que ha pasado de los 40, y Antonio todavía puede ir proclamando, si le aprietan, que aún no tiene los 50.

Artículo de Lluís Amiguet publicado en La Vanguardia el 3 de enero.

Leer más: http://www.lavanguardia.com/magazine/20140103/54397737378/baby-boom-magazine.html#ixzz2pX5ztvwy 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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