Sí, nosotros también notamos la crisis

“Los carros van más vacíos. De hecho, hay más clientas haciendo cola ahora en la caja de 6 artículos o menos que en esta. Viene menos gente. Los abuelos, sobre todo. A lo mejor es que van al Mercadona que han abierto a dos calles, pero no te lo puedo decir. Unos compran menos o cosas peores. Los que tiene poco dinero, los jubilados, los separados, las chicas jóvenes que se independizaron, a esos sí que se les nota tiesos. Pero otros  compran mucho más.  Vendemos mucha más botellería, snacks, latas… Se nota que salen menos y se hacen la fiesta en casa.  No sé, yo sólo soy  una cajera, y hablo de lo que veo. Pero también sé hasta dónde me llegan los 960 euros que gano, y ahora es a ninguna parte”

Lo único que ha cambiado de manera abrupta y objetiva en los últimos seis meses es el precio de la energía y de algunos alimentos. El traslado de esos aumentos a lo largo de la cadena que va de la extracción a la venta al detall se ha dejado sentir sobre todos  a finales del primer trimestre de este año.  Los tipos no se han movido mucho más. No sabemos hasta dónde tendría que caer el inmobiliario para llegar por debajo del precio al que han comprado el 80% de los propietarios que lo son.

Hace un par de semanas escribí que la crisis del  consumo afecta de manera y por razones diferentes a las rentas bajas, medias o a las altas. Sigo pensando que esta diferenciación es crítica, y que sin segmentar a los agentes del  consumo no se puede atacarla.

Buena parte del dinamismo de nuestra economía en los últimos dos decenios viene de la llegada de los inmigrantes y de la creación de hogares en nuestro país. Este último fenómeno es el resultado de que los jóvenes españoles han encontrado empleos, y se han emancipado (casi trientañeros, los europeos más tardones). Los integrantes de estos dos grupos, mayoritariamente pertenecen a rentas medias bajas y medias.

En España, los alimentos han mantenido una modesta aunque positiva tendencia alcista desde hace muchos años. Ello se debe al consumo  de esos dos grupos. En muchos mercados europeos, los alimentos han tenido años deflacionarios. En Holanda, Alemania, Escandinavia. En nuestro país, no, ya que la oferta de alimentos siempre ha ido por detrás de la demanda. En los últimos años, aun más, ya que la inmigración ha sido un shock sobre la demanda y en un país con una oferta programada para el estancamiento demográfico.

Una persona que gana 12,000 euros dedica 25% de esa suma a alimentarse. Si gana 18,000 20%. Si gana 35,000 15%. El lector de Dinero con seguridad bastante menos. El aumento en el precio de los alimentos ha expulsado del consumo discrecional a muchos de esos inmigrantes y jóvenes que formaron hogares. Si bien es cierto que la inflación está concentrada en un puñado de mercados, y por tanto no afecta a la totalidad de la renta dedicada al sustento, nos afecta a todos y más a los que han protagonizado la última fase de nuestro boom del consumo.

No hay recetas para la crisis. Pero no parece que el recurso al descuento y la rebaja anticipada y profunda que se está viendo en los escaparates sea la solución al frenazo en el consumo.  Hemos mantenido 20 años de crecimiento del consumo ininterrumpido. Parece poco razonable perder un posicionamiento en un trimestre, por terrible que sea. El consumidor español ha perdido su confianza, y no me parece que  descontar los precios a la mitad porque no se vende sea la manera de recuperarla. Se la ha colado mucha mierda fabricada en el fin del mundo, con una atención pésima, provista por personas cuyo único mérito profesional es su disponibilidad.

Las marcas y las tiendas que sean confiables ganarán. Haciendo mucho mejor lo que han hecho siempre bien. Nunca si de repente hacen todo lo contrario.

 

Artículo de José Luis Nueno publicado en Dinero – La Vanguardia, el día 01 de Junio de 2008

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